LOS TIEMPOS DE LA PESTE
Durante el verano del año 1600, estalló en Agullent una epidemia de peste bubónica, también llamada “modorra”, un mal que desde hacía meses afectaba a las poblaciones vecinas. El 7 de agosto, los jurados de la villa, comunican al virrey la sospecha de que la peste ha invadido la población y toman las medidas pertinentes, como la incomunicación de los familiares que habían tenido enfermos en casa, la incineración de ropas apestadas… pero en Agullent la peste no fue demasiado virulenta. La epidemia apenas duró un mes y sólo causó 83 muertos.
La tradición dice que el día 4 de septiembre de 1600 tuvo lugar el milagro que liberó a pueblo del mal contagioso. Uno de los documentos más antiguos que narra estos hechos procede de 1658 y se conoce como “Decreto del Miracle”. En él se narra como durante la peste, la gente del pueblo había buscado refugio en la sierra y en el campo. El ermitaño, Joan Solves, que cuidaba el santuario de Sant Vicent Ferrer, no se atrevía ni siquiera a bajar al pueblo, y por eso, no tenía aceite para la lámpara del santo. El día 3 de septiembre, por la noche, el ermitaño oyó un rumor en la ermita: se acercó para comprobar qué podría ser y vio la figura de un fraile dominico arrodillado al pie del altar. Corrió a comunicarlo a su mujer y, cuando volvió a la iglesia, ya no vio ningún fraile, a pesar de que la puerta se encontraba cerrada. En cambio, la lámpara estaba sobresaliendo de aceite, con una luz muy flamante. Ante tan gran misterio, el ermitaño corrió para comunicarlo a las autoridades; tocó la campana y “oídas por toda la gente del lugar y barracas del término publicándose dicho milagro empezaron a hacer luminarias y disparar muchos arcabuces.” De aquella luz y de aquel aceite milagroso todos recibieron curación. La gente se llevaba el aceite, sin que menguara en la lámpara, y no se apagaba, aunque soplaba viento atramontanado. Era un signo ineludible de la protección que Sant Vicent Ferrer iba a dispensarlos.
ACCIÓN DE GRACIAS
Sólo un vecino, Andreu Calatayud se mostró incrédulo ante todas las cosas que contaban sus convecinos. Se mofaba de su entusiasmo y fe; pero, empujado por la curiosidad, acudió también a la ermita. Ya ante la lámpara, ésta se descolgó y cayó al suelo; se quedó clavada, sin que cayera una gota de aceite ni se apagara la luz. Calatayud pidió perdón por su incredulidad y, como el resto, se ungió con el aceite milagroso. El día cinco de septiembre, al hacerse de día, “se juntaron todos los que vivían en los campos y todo el pueblo subió a la dicha ermita con solemne procesión y hisiseron una solemne fiesta en hasimiento de grasias con diferentes truenos de alcabuses.” A partir de este momento el pueblo entero reconocía la intervención celestial y aclamaba a Sant Vicent Ferrer como patrón.
FUEGOS ARTIFICIALES Y DISPAROS DE ARCABUCES
La alegría que experimentaron todos los vecinos al enterarse del milagro, se manifestó encendiendo “molts focs i disparant molts arcabuços.” Unas manifestaciones, sin duda, espontáneas que respondían a aquello que era habitual en estos casos. Disparar armas al aire, como señal de gozo y como homenaje, era habitual en las ceremonias y grandes acontecimientos, en los acompañamientos procesionales y en las escoltas a reyes y personas principales; encender hogueras la víspera de las festividades era y continúa siendo una costumbre arraigada. El recuerdo de aquella noche feliz se transformó con los años en un ritual: la Nit de les Fogueretes. En octubre de ese mismo año 1600, el consistorio hizo el Voto de celebrar una fiesta anual, como así consta en el Llibre de Consells.